
Es lamentable la cantidad de padres que no se toman en serio el nombre de sus hijos. En China los padres dedican meses a la elección del nombre de sus descendientes. Analizan minuciosamente los distintos caracteres, su sonido y sus significados hasta dar con la denominación exacta, ya que piensan que el nombre imprime un temperamento a quien lo posee, tal vez incluso un destino. Pero en España los padres llaman a sus hijos con el primer nombre que se les pasa por la cabeza, un nombre que le encasquetan al recién nacido porque les gustaba de una canción o de una telenovela o, en la mayoría de los casos, simplemente porque había una abuela o un tío que se llamaba así. Son nombres que se ponen al tuntún, sin pararse a pensar en las consecuencias, y de esta forma hay padres en España que llaman a sus hijas Angustias o Dolores y después esos mismos padres les dicen a esas mismas hijas que lo más importante en la vida es ser feliz. No tiene ningún sentido.
Son contados los casos que encontramos de gente que demuestra buen juicio a la hora de poner un nombre. Un ejemplo lo encontramos en Teresa, la hija única de tres años de una de mis primas. En cierta ocasión, mi prima le preguntó:
–Teresa, si tuvieras un hermanito, ¿cómo lo tendríamos que llamar?
Y Teresa no tardó ni medio segundo en responder:
–Dos.
Eso es poner un nombre con criterio.
Otros que lo clavaron al poner un nombre fueron los padres de Narcís Garolera. Tal vez, infelices de vosotros, no sepáis quién es Narcís Garolera. Yo tampoco lo sabía hasta que me apareció un tuit suyo en catalán, que os transcribo a continuación en castellano:
Como catedrático (emérito) de filología catalana, con 40 años de docencia universitaria y un centenar de libros publicados, desaconsejo la lectura de la novela de Irene Solà. Por amor a la (buena) literatura.
Al leer este tuit, le puse a su autor un comentario que decía: “Hay gente cuyo nombre es el espejo de su alma.” Eso fue el 21 de agosto. Me sorprende que a día de hoy el catedrático (emérito) Narcís Garolera no le haya dado “Me gusta” a mi comentario. Supongo que estará muy ocupado escribiendo uno más de sus libros (tal vez el volumen que le falta para llenar un hueco de su estantería), pero estoy seguro de que, en cuanto termine ese libro, le dará su aprobación a mi comentario. La prueba de que está de acuerdo conmigo es que su foto de perfil es un narciso. Además, se trata de un narciso amarillo, lo cual es muy conveniente cuando uno trabaja en la función pública en Cataluña.
Hubo varias cosas que me llamaron la atención del tuit del catedrático (emérito) Narcís Garolera. Lo primero que pensé fue: ¿cómo es posible que alguien haya publicado un centenar de libros y jamás haya oído hablar de él hasta ahora? ¿Cómo es que nunca nadie me ha aconsejado (o desaconsejado) alguno de sus libros por amor a la buena (o a la mala) literatura? Lo primero que se me ocurrió es que si nadie me había aconsejado o desaconsejado ninguno de esos cien libros era simplemente porque nadie los había leído. Después pensé que esta idea no tenía ningún sentido y que es el tipo de cosas que se te ocurren cuando tienes el estómago vacío y tu cabeza no da para mucho. Así que fui a desayunar y volví a pensar en este enigma, pero hasta ahora no he conseguido resolverlo.
Otra de las cosas que me llamó la atención es que el tuit del catedrático (emérito) de filología catalana Narcís Garolera contenía una errata. Una de las grafías características del catalán es ŀl, dos eles con un punto que se eleva por encima del punto normal. Sin embargo, el catedrático (emérito) de filología catalana Narcís Garolera había escrito novel.la en vez de noveŀla. Esta falta de ortografía, que sería un oprobio para un estudiante de primero de filología catalana (y que debiera ser penada, a mi juicio, con la expulsión inmediata de la universidad y la condena a tres años de trabajos forzados rellenando cuadernos de caligrafía), me parece totalmente disculpable en el caso de un catedrático (emérito) de filología catalana con cuarenta años de docencia universitaria. Pensemos por un momento en la ansiedad que embargaba a Narcís Garolera a la hora de escribir ese tuit. Acababa de terminar la novela de Irene Solà y sintió la llamada de un deber ineludible: tenía que comunicar al mundo que esa novela no debía ser leída. No había tiempo que perder. ¿Pensáis que podía detenerse en ese instante a escribir correctamente noveŀla en vez de novel.la? ¿Os habéis parado a pensar en todos esos lectores que estaban en ese preciso momento haciendo cola en la Fnac con la novela de Irene Solà bajo el brazo y que consultaron su Twitter en el móvil justo antes de pagar y pudieron leer a tiempo el mensaje de Narcís Garolera alertándolos de que no debían comprarla? En serio, pensad en toda esa gente que salió de inmediato de la cola, devolvió el libro al expositor y respiró aliviada por haberse ahorrado los 16,90 euros de una novela que no debía ser leída. ¿Creéis que a toda esa gente le importa que el mensaje contuviera una falta de ortografía? No seáis ridículos, por favor.
La tercera cosa que me sorprendió del tuit de Narcís Garolera es que mencionase que tenía en su haber cuarenta años de docencia como prueba de su competencia profesional. Si uno trabaja en una empresa privada (donde te pueden echar a la calle en cualquier momento), tiene sentido que uno alardee de los años que lleva sacando adelante esa empresa. Pero si eres funcionario, no significa nada cuántos años lleves en tu puesto porque nadie puede despedirte. Así, sería perfectamente posible que un profesor universitario de filología catalana se pasase cuarenta años de su vida escribiendo en la pizarra novel.la en vez de noveŀla sin que eso le acarrease ningún problema.
Por si el abogado (en ejercicio) del catedrático (emérito) Narcís Garolera está leyendo estas líneas, quiero dejar meridianamente claro que en ningún momento estoy sugiriendo que el profesor Garolera haya cometido faltas de ortografía en sus clases. Es más, estoy seguro de que en sus cuarenta años de docencia universitaria jamás cometió una sola falta (ni siquiera en las frases precedidas de un asterisco) y de que todas sus clases fueron absolutamente excepcionales. Simplemente quería comentar, así en general, que no tiene sentido que un funcionario esgrima sus años de experiencia como prueba de su valía. Salvo que ese funcionario sea el catedrático (emérito) Narcís Garolera, en cuyo caso me parece un argumento incontestable.
La cuarta cosa que me llamó la atención del tuit del catedrático (emérito) Narcís Garolera fue el uso de los paréntesis. ¿Por qué había decidido poner dos palabras (emérito y buena) entre paréntesis? Pensé que, en mis clases de español de nivel inicial, suelo escribir en la pizarra frases como: ¿De dónde es (usted)? / (A mí) me gusta el chocolate. En esos casos siempre les digo a mis alumnos: “Lo que está entre paréntesis significa que es opcional. Lo podéis decir o no. Las dos formas son correctas.” Y entonces se me ocurrió esta idea para explicar el porqué de los misteriosos paréntesis del tuit del catedrático (emérito) Narcís Garolera. Pensé que tal vez Narcís Garolera, que había dedicado su vida a la docencia universitaria y a escribir un centenar de libros publicados, no era una persona ducha en las redes sociales. Pensé que tal vez sabía que Twitter tenía una determinada limitación de caracteres por tuit. Y se me ocurrió que, quizás por deformación profesional filológica, había pensado: “Yo pongo este tuit así y marco entre paréntesis lo que es menos relevante. Y, si me paso de caracteres, ya la propia aplicación eliminará estas partes.”
Ya sé que estaréis pensando que esta explicación no tiene ni pies ni cabeza. Me diréis: “¿Cómo va a ser esa la explicación de los paréntesis? ¡Pero si Twitter está diseñado para que lo sepa usar cualquier idiota!” Claro que sí. Y ese es precisamente el problema: que Twitter se diseñó para que lo usara cualquier idiota, no para que lo usara cualquier catedrático (emérito) de filología catalana con cuarenta años de docencia universitaria y un centenar de libros publicados. Y esa es la razón por la que Twitter está lleno de frases estúpidas de gente que te dice que se va a echar una siesta después de pegarse una paella y no de comentarios esclarecedores sobre la poesía de Ausiàs March o el Llibre d’Evast e Blanquerna de Ramon Llull.
Ahora bien, si damos por cierta esta hipótesis, se abre ante nosotros un nuevo interrogante: ¿por qué la palabra publicados no aparece entre paréntesis? ¿Significa que su uso no es opcional, que la información que aporta es relevante? ¿Significa eso entonces que Narcís Garolera, además de su centenar de libros publicados, tiene más libros (tal vez otro centenar) que no han sido publicados? Si esto es así, ¿qué demonios hacen las editoriales publicando libros como el de Irene Solà en vez de dar a la imprenta todos los manuscritos relegados al cajón del olvido de ese fénix de los ingenios llamado Narcís Garolera? ¿Nos hemos vuelto todos locos?
Pero si hubo una cosa, por encima de todas las demás, que me sorprendió del tuit del catedrático (emérito) Narcís Garolera fue el motivo aducido para desaconsejar la lectura del libro de Irene Solà. Desde su púlpito tuitero, Narcís Garolera nos exhortaba a nosotros, sus humildes feligreses, a abstenernos de leer esa novela por amor a la (buena) literatura. Como siempre que nos encontramos ante un planteamiento profundamente innovador, tardé un tiempo en percibir el verdadero alcance de esta recomendación hasta que me deslumbró el resplandor de una sorprendente revelación: la idea de que tu amor a la (buena) literatura –y por ende tu cultura literaria– viene determinada no solo por los libros que has leído, sino también por aquellos que no has leído.
Esta es una idea revolucionaria que nos permite aumentar de un plumazo la cultura literaria de toda la sociedad. Pensadlo bien: la gente, además de trabajar, dedica sus horas del día a la familia, a hacer cursos de inglés, a las redes sociales, a ver series en Netflix, a hacerse selfies… Esto hace que la gente cada vez tenga menos tiempo para leer y que su cultura literaria sea enormemente limitada. Pero a partir de ahora ya no debemos inquietarnos por este hecho. Dejémonos de tanta campaña fracasada de animación a la lectura y celebremos la nueva senda cultural que marca el tuit del catedrático (emérito) Narcís Garolera, una senda basada en una simple constatación nunca antes formulada: sí, la gente tiene cada vez menos tiempo para leer, pero todo el mundo tiene tiempo para no leer.
¿No te has leído El Quijote, La montaña mágica o Crimen y castigo y te sientes mal por ello? ¿Te avergüenza confesar que ni siquiera te has leído El principito? No te preocupes. No tienes más que entrar en un librería y buscar la novela Canto yo y la montaña baila de Irene Solà. Si, cuando la encuentres, apartas altivamente tu mirada del libro y exclamas “¡Jamás!”(y a continuación diriges tus pasos a la sección de novela rosa o simplemente abandonas la librería), ese simple hecho bastará para aumentar tu cultura literaria y tu amor a la (buena) literatura como si te acabaras de leer la Divina comedia o los siete tomos de En busca del tiempo perdido.
Por ello, ruego desde aquí al catedrático (emérito) Narcís Garolera que, en su afán por ilustrarnos con su inmensa sabiduría, no se limite a un simple tuit, sino que vaya más allá. Del mismo modo que Pierre Bayard escribió Cómo hablar de los libros que no se han leído, Narcís Garolera debería escribir, por el bien de los iletrados que pueblan esos caminos de Dios, un libro titulado Qué libros decir que no se han leído (y con un subtítulo que dijera: Por amor a la (buena) literatura). Sería únicamente un listado de quinientos libros que te hacen ser más culto por el mero hecho de no haberlos leído. Ni siquiera haría falta una sinopsis de cada uno de ellos o una justificación de por qué no hay que leerlos, pues para mí no puede haber razón de mayor peso para negarme a leer un libro que la palabra de un catedrático (emérito) de filología catalana con cuarenta años de docencia universitaria y un centenar de libros publicados.
Imaginad lo que sería presentaros en un ateneo literario o en un casino de provincias con el libro de Narcís Garolera y decirles con orgullo a las gentes allí reunidas: “¿Ven ustedes esta lista de quinientos libros? Pues no me he leído ni uno. Pero ni uno solo, ¿eh? ¡Ni uno!” Imaginad la admiración que suscitaríais entre aquellas egregias personas que juegan al cinquillo y esnifan rapé. “¡Qué cosa más extraordinaria! –dirían–. Lo nunca visto. Con la cantidad de libros que hay en esa lista y no se ha leído uno ni por asomo. ¡Cuánto amor a la (buena) literatura!” Imaginad lo que sería eso. Y ahora imaginad que en esa lista de quinientos libros estuviese el centenar de libros publicados del propio Narcís Garolera.
A pesar de la advertencia del catedrático (emérito) Narcís Garolera contra Canto yo y la montaña baila (o tal vez precisamente por ella), debo confesaros –ay, pecador de mí– que sentí una repentina curiosidad por el libro de Irene Solà y que, con un profundo sentimiento de culpa, me compré el libro de inmediato. Antes de continuar debo hacer una puntualización. Confío plenamente en el criterio del catedrático (emérito) Narcís Garolera, y por eso quiero que quede claro que, si tras ver su tuit decidí leer Canto yo y la montaña baila, no fue en ningún caso por amor a la (buena) literatura. Si lo hice fue tan solo por amor a una buena bibliocrónica.
Sin embargo, me preocupaba el daño que esta malsana curiosidad pudiese provocar en mi cultura literaria, porque lo que no puede ser es que dedique horas de mi vida a aprenderme de memoria el monólogo de Segismundo de La vida es sueño y después venga Irene Solà con su novela a hacerme perder puntos en el ránking del amor a la (buena) literatura. Por tanto, para paliar los estragos que Canto yo y la montaña baila pudiese provocar en mi cultura literaria, pensé que, antes de enfrentarme al libro de Irene Solà, sería conveniente leer una gran obra de la literatura universal. Decidí que esa obra sería la Ilíada y debo decir que me encantó.
Tras los veinticuatro cantos de la Ilíada, le llegó el turno a Canto yo y la montaña baila. Leí el primer capítulo y me gustó. Leí el segundo y tuve ganas de leer el tercero. El cuarto me hizo querer continuar con el quinto y así fui acercándome al final del libro. Sin embargo, no logré disfrutar plenamente de la novela, ya que durante toda su lectura no dejó de reconcomerme una duda: ¿cuáles eran los elementos de la novela de Irene Solà que habían desagradado al catedrático (emérito) Narcís Garolera hasta el punto de desaconsejarla de manera tan categórica?
Al recordar que el narciso de la foto del perfil de Twitter de Narcís Garolera era de color amarillo, se me ocurrió una idea completamente absurda. Pensé que la novela de Irene Solà era un libro escrito originalmente en catalán, pero que después había sido publicado en castellano en Anagrama. Anagrama tiene dos colecciones de narrativa para los libros que publica en castellano: Narrativas hispánicas (de tapa gris), para autores españoles e hispanoamericanos, y Panorama de narrativas (de tapa amarilla), para autores del resto de países. La traducción de la novela de Irene Solà había sido publicada en la colección de tapa gris de Narrativas hispánicas y no en la de tapa amarilla de Panorama de narrativas. ¿Sería este uno de los motivos que habría causado la irritación del catedrático (emérito) Narcís Garolera? Yo mismo soy consciente de lo estúpida que resulta esta teoría. De hecho, me acabo de dar cuenta de que perder mi tiempo escribiendo tonterías como esta en este triste blog es lo que me ha impedido escribir un centenar de libros publicados y ser un triunfador en la vida.
Abandoné por tanto esta idea disparatada y me acabé las pocas páginas que me quedaban del libro. Y fue entonces cuando di con algo que parecía ser la clave de este misterio. En concreto, lo encontré en la hoja de agradecimientos, que decía así:
AGRADECIMIENTOS
Gracias infinitas, Oscar, mamá y papá, Marta Garolera […]
Marta Garolera. ¡Marta! ¡Y no Narcís! ¿Cómo se atrevía una escritora como Irene Solà a agradecerle cualquier cosa a alguien que no fuese un catedrático (emérito) de filología catalana con cuarenta años de docencia universitaria y un centenar de libros publicados? ¿Qué insolencia era esa?
Resuelto el misterio, guardé Canto yo y la montaña baila en la estantería y me puse a pensar en cuál podría ser mi próxima lectura. Estaba la posibilidad de leer cualquiera de los cien libros publicados de Narcís Garolera, pero mi naturaleza pecadora se sentía atraída por una opción mucho más tentadora: reincidir en la culpa y leer un segundo libro de Irene Solà. Lo único que me impedía hacerlo era el miedo al golpe que esa nueva lectura asestaría a mi cultura literaria. Por si acaso, empecé a leerme la Odisea.