Amor intempestivo (Rafael Reig)

A mí con Rafael Reig me pasaba lo mismo que con Antonio Gala: que me hacía mucha gracia verlo en entrevistas pero me daba pereza leer sus libros. En el medio literario, donde tanto plumilla superfluo busca envolverse en un halo de profundidad, resulta refrescante la poca seriedad con la que se toma Rafael Reig a sí mismo. En cada acto en el que participa, antes de que el presentador termine de hablar, ya está Rafael Reig encadenando un chiste malo tras otro. La gente que cuenta chistes malos con confianza siempre me ha caído bien.

Además de por su ánimo jocoso, Rafael Reig se caracteriza por llevar un bigote que es como sus bromas, un poco sin venir a cuento. No es su bigote el mostachón de morsa de Gustave Flaubert o de Guy de Maupassant, ni tampoco es el bigotillo finolis de puntas enceradas de Lord Byron o de Gustavo Adolfo Bécquer. El de Rafael Reig es un bigote a cuyo portador jamás asociaríamos con la creación literaria. Es el bigote de una España con olor a naftalina, un bigote de taxista que sintoniza la Cope, un bigote de parroquiano que se acoda en la barra de un bar y pide “Lo de siempre”,  un bigote del que se va los sábados a echarse unos cartones al bingo, un bigote de ese señor que asegura “Yo no soy racista, pero…” y a continuación hace un comentario racista, o de ese otro que te suelta: “Yo no entiendo de política, pero en la época de Franco tú podías dejar la puerta de tu casa abierta y no te pasaba nada.”

Siempre me he preguntado por qué un escritor de izquierdas luce un bigote que le hace parecer de derechas y, tras darle muchas vueltas, he llegado a una conclusión. Yo creo que Rafael Reig lleva bigote por altruismo, solo para que los demás se rían, aunque sea a su propia costa. Lleva bigote por la misma razón por la que un payaso se pone una nariz roja y unos zapatos diez tallas más grandes: porque le quedan mal y eso hace reír a la gente. Pero, al igual que la sonrisa maquillada del payaso tan solo busca disimular sus lágrimas, yo sospecho que tras el bigote de Rafael Reig se esconde un doloroso vacío existencial, un desgarrador sentimiento trágico de la vida. De hecho, durante mucho tiempo pensé que era un bigote postizo. Y así, me imaginaba a Rafael Reig repartiendo chispazos de ingenio en un sarao literario, haciendo las delicias de las damas con su humor chusco y sus chanzas de chirigota (“¡Ay, este Rafael, qué cosas tiene! ¡Y qué bigote tan gracioso que lleva!”), y tras tanto salero y donosura, lo veía llegar de noche a su casa de Cercedilla, sentarse derrotado frente al escritorio de la biblioteca, guardar el bigote postizo en una cajita de terciopelo, y echarse a llorar de bruces sobre la mesa.

Esta estrambótica teoría sobre el bigote de Rafael Reig pareció confirmarse en las primeras páginas de Amor intempestivo, un libro de memorias que me leí, a pesar del escaso interés que me suscitaba la obra de su autor, simplemente porque soy un romanticón sin remedio y me leo cualquier cosa que lleve la palabra amor en el título, la escriba Rafael Reig o su porquero. En esas páginas iniciales, Rafael Reig nos expone uno de los principios rectores de su educación: la obligación de estar siempre alegre.

No era tan fácil, sin embargo, sentirse desdichado, puesto que en mi familia vivíamos con mucha comodidad, y además eso no estaba permitido. Cumplíamos con nuestro deber (ser felices) y no estábamos autorizados a mencionar una aflicción. Se hablaba de todo, siempre que no tuviera importancia.

Y 150 páginas después vuelve sobre esta idea:

Así nos habían educado: para ser felices, para encontrar algo con lo que reírnos y para defender la alegría.

Esta idea del regocijo como forma inexcusable de estar en la vida reforzó mi teoría de que Rafael Reig se había dejado bigote únicamente para provocar la risa en los demás. Su mostacho sería así un ridículo accesorio destinado a que funcionasen sus bromas, porque a Rafael Reig le pasa con su bigote lo que a Sansón con su melena: que, si se lo afeita, sus chistes pierden toda su fuerza. Sin embargo, en las páginas finales del libro, Rafael Reig nos desvela el verdadero origen de su bigote. Resulta que, estando de profesor en Maine, lo detienen tras dar positivo en un test de alcoholemia. Al día siguiente, sale la foto de su ficha policial en el periódico, una imagen que cualquiera querría hacer desaparecer porque es como el retrato de Dorian Gray: en esas fotos uno parece culpable de todos los pecados. Pero Rafael Reig no es un cualquiera. Rafael Reig no ve en esa foto el retrato de Dorian Gray, sino al propio Dorian Gray, con una apostura arrebatadora.

Como guapo, estaba guapo: melenudo, despeinado, con barba de una semana y un bigote de narco colombiano, muy delgado y con una profunda mirada oscura. Me gusté tanto que, a partir de entonces, decidí dejarme bigote.

Además del motivo fundador de su bigote, Amor intempestivo me ha revelado otras particularidades de su autor que desconocía. Por ejemplo, he descubierto que Rafael Reig es muy amigo de Eduardo Becerra, el que fue mi profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad Autónoma de Madrid. Ahí aparecen los dos de jóvenes, acodados en la barra del bar de la facultad  (el bar de Juanjo) y soñando con ser escritores. Tiempo después, Rafael Reig partiría al extranjero a hacer un lectorado, con el firme propósito de escribir, mientras que Eduardo Becerra renunciaría a la creación literaria, realizaría un doctorado y acabaría de profesor en esa misma Universidad Autónoma dando clase a tipos como mi amigo David y yo, los cuales también nos acodaríamos en la barra del bar de Juanjo y soñaríamos con ser escritores. Tiempo después, yo partiría al extranjero a hacer un lectorado, con el firme propósito de escribir, mientras que mi amigo David (curiosamente también apellidado Becerra) renunciaría a la creación literaria, realizaría un doctorado y acabaría de profesor en esa misma Universidad Autónoma. La historia se repite en el bar de Juanjo como en Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo.

La lectura de Amor intempestivo también ha servido para desterrar de mi mente la idea de que su autor es un escritor pobre. Todos estos años había estado yo sufriendo siempre que veía a Rafael Reig en un acto literario por si tendría dinero para tomar el autobús de vuelta a casa y resulta que el único problema que le podría surgir es que el conductor del autobús no tuviese cambio de un billete de 500 euros.

Preferiría decir que el dinero y el lujo no significan nada para mí, pero nada más lejos de la verdad: me encantan, me tranquilizan y me provocan (como ciertas sustancias adictivas) una comprensión inmediata y cristalina (pero tal vez ilusoria) de la realidad.

No sé por qué razón (tal vez por su torpe aliño indumentario o por su aspecto de dueño de bar de extrarradio con problemas para llegar a fin de mes), siempre había pensado que Rafael Reig era pobre. Cada vez que veía una noticia relacionada con él, una parte de mi cerebro decía: “Ahí está Rafael Reig, un escritor pobre” (y otra parte añadía: “Pobre y con bigote.”). Ahora, tras leer Amor intempestivo, pienso justo lo contrario. Lo que pienso es: “Ahí está Rafael Reig, un escritor con contactos.”

“Yo soy yo y mis circunstancias”, dijo Ortega y Gasset, y Amor intempestivo nos muestra que las circunstancias de Rafael Reig son ser nieto de un alcalde franquista e hijo de familia acaudalada, haber estudiado en un colegio de pijazos, tener amigos embajadores y ser sobrino de una vicepresidenta del gobierno. Y esto, claro está, te abre muchas puertas en la vida. A lo largo de todo el libro, a Rafael Reig le llueven las oportunidades sin que él apenas haga nada por merecerlas. Constantemente aparece alguien para ofrecerle un trabajo, darle becas de todo tipo (de hecho, este libro se escribió con una) o dejarle las llaves de una casa en Madrid o en Washington para follarse a los ligues o para dedicarse a sus labores, que en su caso son estas:

Durante aquellos años mi vida era muy sana: madrugaba mucho, corría una hora y media, fumaba sin parar, bebía una botella de whisky al día, leía dos libros también cada día, comía poco y cualquier cosa, escribía mucho y me acostaba con alguien unas cinco veces a la semana.

Amor intempestivo es un libro de factura irregular. Hay en él páginas sublimes (como aquellas en las que expone su teoría de que la Movida madrileña la inventaron las chicas de provincias), junto a otras de una banalidad sonrojante, con profusión de datos irrelevantes, que parecen escritas por un octogenario sin estudios que se pone a contar la historia de su vida para que la lean sus nietos.

Al volver nos fuimos a Madrid, a la calle Viriato 52, pero muy pronto la enfermedad de Lito trajo a los abuelos a la casa de al lado, en Viriato 54. Tras la muerte de Lito nos mudamos a Nicasio Gallego 9, cerca de la glorieta de Bilbao, y Lita entonces compró una casa lo más cerca posible, en García Morato (hoy Santa Engracia de nuevo), siempre con el mismo y único propósito de amargarle la existencia a mi madre.

Es muy importante recordar que Rafael Reig vivió en el número 52 de la calle Viriato y que después se mudó al número 9 de Nicasio Gallego. Son datos fundamentales para la trama de este libro.  Más de una vez me asaltó la duda, al ir avanzando en la lectura, de dónde había vivido primero Rafael Reig, si en Nicasio Gallego 52 o en Viriato Morato 54. ¿O era en Gallego García 9? Esta incertidumbre me provocaba ansiedad y me veía obligado a interrumpir la lectura y retroceder en las páginas del libro hasta dar con el dato exacto. Y ahí estaba: primero vivió en Viriato 52 y después en Nicasio Gallego 9. Y no podía dejar de admirarme del talento literario de Rafael Reig y del pulso narrativo que había logrado imprimirle a Amor intempestivo con apuntes como estos. Hay que pararse a paladear estos datos y deleitarse ante el sinuoso ritmo de estos dos octosílabos: Viriato 52, Nicasio Gallego 9. Un escritor del montón, un juntaletras de tres al cuarto, habría consignado que vivió primero en Viriato 15 y después en Nicasio Gallego 10. Pero Rafael Reig, en un destello de genialidad, se aleja de caminos retóricos trillados y sorprende al lector con este tour de force extraordinario. Solo por detalles como estos ya vale la pena leer Amor intempestivo. De hecho, me quedé tan impresionado por este hallazgo que no me resistí a compartirlo con mi amigo David y le envié un whatsapp que decía:

Estoy leyendo Amor intempestivo de Rafael Reig. De joven estudió en la Autónoma y sale con Becerra tomándose copas en el bar de Juanjo

Y qué tal el libro?

Solo llevo 100 páginas, pero alucina con este dato: Reig vivió en Viriato 52

Qué dices!!!!!!!

Y después en Nicasio Gallego 9

Estás seguro? No será en Nicasio Gallego 5?

No, mira

Y le envié una foto con el fragmento en cuestión.

Durante un minuto, vi cómo parpadeaba la notificación de “David escribiendo…”, como si estuviese conmocionado y le costase encontrar las palabras exactas para expresar su admiración. Finalmente, al cabo de varios intentos, me llegó su respuesta:

Acojonante!

A pesar de detalles como este, Amor intempestivo no ha logrado cautivarme, pues el destinatario ideal de este libro no soy yo (y mucho menos vosotros, que ni siquiera lo habéis leído). Decía Gertrude Stein que había que escribir para uno mismo y para los desconocidos, y a mí me parece que Amor intempestivo lo ha escrito Rafael Reig para sí mismo y para sus conocidos, lo cual, en cierto modo, me ha recordado a la canción de Manel titulada Boomerang.

Esta fue la primera canción que escuché de mi grupo favorito y desde entonces siempre ha habido un detalle que me conmueve especialmente. La canción recrea la época de la infancia, cuando un tío venido del extranjero les trae a los niños un boomerang. Ellos se van ilusionados a la calle a probarlo, pero no consiguen hacerlo volver. Al rato llega Vanesa con un grupo de chavales (“Ay, Vanessa, ¿cómo le irá?”, se pregunta el cantante) y se ponen a comer pipas mientras se burlan de sus intentos infructuosos, hasta que Xavi, un chico mayor, les dice que no tienen ni idea de cómo se usa un boomerang y que le dejen probar a él. Es entonces cuando se produce uno de aquellos instantes que se graban a fuego en la memoria: “Me hizo daño ver en los ojos de Vanessa que la cosa se ponía interesante.” Después la canción da un salto y vemos a aquellos niños convertidos en adultos recordando con nostalgia el pasado. Y, justo antes de que se apaguen los últimos acordes, se escucha, fuera de pista, esta invocación: “Hey, Vanesa, si oyes esto, un fuerte abrazo.”

Siempre me ha gustado creer que si el letrista de Manel compuso tantas canciones extraordinarias, hasta alcanzar el número uno en la lista de discos más vendidos en España, fue tan solo para poder mandarle un abrazo, desde la gloria de un escenario, a la Vanessa que lo vio fracasar de niño con aquel boomerang. De igual modo, tengo la impresión de que a Rafael Reig lo asaltaron un día los fantasmas del pasado y se puso a escribir este libro para conjurar el paso de los años y homenajear a sus amigos y a las mujeres de su vida. Solo así se explica ese afán por darnos los nombres y apellidos de cada una de las personas que aparecen, como si quisiera asegurarse de que todas ellas se reconocen, o facilitar que algún conocido común identifique a una de ellas y le diga: “Rafael habla de ti en su último libro. Dice que siente mucho la forma en que acabasteis.”

Creo, en definitiva, que Rafael Reig ha escrito este libro solo para poder mandar un abrazo a mucha gente. Hey, Michael Ugarte, si lees esto, que sepas que me lo pasé muy bien contigo en Columbia y que te echo de menos. Un fuerte abrazo. Hey, Marie Matin, si lees esto, que sepas que me encantó follar contigo. Un fuerte abrazo. Hey, Ian Michaels, si lees esto, que sepas que me encantó follarme a tu novia Marie Matin. Un fuerte abrazo.

Escribir tus memorias supone asumir que ya no te espera nada interesante que merezca la pena ser contado, que has agotado la narrativa de una vida (la tuya). Por eso Amor intempestivo tiene el regusto nostálgico de una ceremonia de clausura, de un definitivo adiós a las armas. Sus páginas rebosan de una añoranza y un pesar tan hondos que la única forma de conjurarlos es dejarnos un bigote ridículo para burlarnos de nuestra propia desdicha.

Hey, Rafael, si lees esto, un fuerte abrazo.

Un comentario en “Amor intempestivo (Rafael Reig)

  1. Hola Celso,

    Me han gustado mucho tu fina ironía y los comentarios humorísticos sobre la obra de Rafael Reig, «amor intempestivo » Tu talento para escribir es innegable, te animo a que perseveres.

    Si te lee el autor, creo que tendrá en cuenta tus observaciones para el futuro, desconozco su obra y naturalmente después de leerte, dedicaré mi tiempo a otros autores.

    He descubierto un libro de un escritor Sudafricano Damon Gaigut-«la promesa» que me está gustando mucho y otro que estoy acabando que he pensado que te podrá gustar porque es p *ura literatura de un escritor senegales en Francia, «la más recóndita memoria de los hombres» de Mohamed M Sarr, *

    Saludos cordiales.

    Vicente

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